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Mediante las enseñanzas esotéricas más antiguas, los elementales son los seres del mundo espiritual que están conectados directamente con los cuatro elementos agua, fuego, aire y tierra.

Son representados de forma humanizadas, vestidos de formas extrañas y que le rodean muchos misterios. Datan mucho antes de que el hombre poblara la tierra, cuando era un planeta incandescente, sin vida. Ellos fueron los planificadores y constructores los que han ayudado a los Espíritus Superiores, Arquitectos del Cosmo, que eran los encargados de participar en la obra del creador.

Las Salamadras: Fueron las primeras en aparecer (elementales del fuego), cuidaban la masa de  gases radioactivos, y las materias que iban sedimentándose y enfriándose para que el planeta pudiera ser habitable.

Los Silfos:  elementales del aire cuidaban la evolución de los gases tóxicos, para lograr el equilibrio químico y el cambio de los fuertes vientos y las tormentas nucleares que azotaban al planeta.



Cuando los Espíritus Superiores ya tenían planeado todo tipo vida que habitaría  en la tierra, siguiendo las orientaciones del creador esperaban que la mente divina estableciera un orden para que los espíritus de la naturaleza o elementales pudieran empezar el proceso de evolución y vida en la tierra.

Cuando los gases se volvieron líquidos, cayeron sobre el planeta en forma de gigantescas tormentas y lluvias torrenciales que inundaron todo el planeta, y es donde aparecieron los elementales del agua Sirenas, Ninfas y Nereidas.



En el universo existen, entre otros  Jefes Espirituales, Espíritus Guardianes, orientadores, protectores y organizadores de toda la creación.

Los Elementales o Espíritus de la naturaleza fueron los encargados de armonizar las condiciones básicas para la aparición de vida.



Cuando el planeta comenzó a enfriarse y estabilizarse ya estaba presento los elementales de tierra: Ghomos, Duendes y Hadas, con el fin de armar los elementos de su nivel, es decir toda la naturaleza, los primeros arboles, piedras etc, que a dado origen a todo lo que germinaría hasta nuestros días, trabajo arduo de millones de años.



Lo curioso pero relevante es que siglos tras siglos y con todas las razas humanas que han existido los han representado de manera casi idéntica por ejemplo : los sumeríos, caldeos, egipcios, chinos, indígenas de África, polinesia y América , los identifican de manera semejante.



Se ha encontrado dibujos que los representan de manera casi idéntica, no importando la distancia. Esto nos hace pensar que los elementales siempre se han comunicado con el hombre manteniendo su patrón energético que a permitido verlos e identificarlos. Están presentes en casi todos los ritos sagrados, especialmente aquellos que se pide protección celestial, cosechas y siembras.



Los elementales eran amados y temidos al mismo tiempo, han sido considerados como seres duales, tienen un tipo de vibración muy rápida y eléctrica que les permite trasladarse  de un lugar a otro a la velocidad de la luz.



Son espiritus juguetones, animados, traviesos, sin mucha responsabilidad y arduos trabajadores de la naturaleza. No tienen un concepto claro del bien y el mal por eso puede ser manipulados para trabajos de magia negra. Su nivel de conciencia es a la de un niño que aun no sabe que es bueno o malo, al no tener el desarrollo para distinguir entre el bien y el mal los hace ser criaturitas traviesas, inconscientes e inocentes. 





 

 

Elementales:

Supervivencia y Reproducción


Al referimos a los Elementales de una forma tan genérica como lo estamos haciendo, no pode­mos establecer promedios mínimos ni máximos en la vida de éstos, pues es tan grande su variedad que algunos -como los ya mencionados de la espuma­se manifiestan durante pocos segundos o aun frac­ciones de segundos, y otros, gigantescos habitantes de los abismos marinos o de los macizos montaño­sos, viven docenas de miles de años.

Si profundiza­mos un poco más el tema y consideramos que son Elementales los que rigen las variaciones de las órbitas de los elementos subatómicos y de los lla­mados Nidos de Galaxias - ya que configuran la Inteligencia Elemental de toda forma de energía­ nos encontramos con que los límites anteriormente mencionados son simples muestras en medida humana para que podamos entender algo sin per­demos en lo insondable de lo infinitamente pe­queño y lo infinitamente grande, ya que toda cuestión de tamaño es relativa para nuestra concepción; y para el Hombre, tal como dijese Protá­goras, el Hombre es la medida de todas las cosas.

Es probable que el lector, cada vez que se men­cionan los Elementales en cuanto rectores de las Fuerzas de la Naturaleza -como las que se mani­fiestan en el constante marchar de las cosas, ya sea de las corrientes eléctricas, las atracciones gravita­torias o la circulación de la sangre- piense que estamos corporizando e inventando espíritus y seres en donde tan sólo existen relaciones entre masas de materia o de energía.

Desde el punto de vista materialista eso es cierto, pues quiere esta visión particular y restrin­gida del Mundo medir y pesar todos los aspectos y exteriorizaciones, las propiedades y los atributos, desentendiéndose del porqué en la constante alie­nación del cómo. Así, nadie puede definir lo que es Fuerza si no es por los efectos que la hacen per­ceptible, aunque para la mentalidad exotérica esto basta. Y si no basta, se recurre a la muletilla de la casualidad y se la pone en la cabecera del desfile de los acontecimientos.

Gracias al desarrollo de la técnica en la especialidad de computación, pode­mos hoy hacer en segundos, cálculos que miles de hombres no habrían podido hacer consumiendo todas sus vidas en ello, y tenemos comprobado que la suma de casualidades con que se quieren expli­car los fenómenos naturales es imposible.

Al con­trario, queda cada vez más demostrado que existe una causalidad con una evidente cascada de cau­salidades que dan sentido a la Vida y a sus movi­mientos, puesto que las computadoras, después de todo simples ábacos perfeccionados que son pro­gramados según la capacidad inteligente de quienes las manejan, muestran que con lo poco que sabe­mos ya basta para negar la casualidad de los fenó­menos naturales, y que existe un sentido de la Vida, un inmenso plan, un ritmo como de danza en el Universo y asimismo, que si consideramos tan sólo materia y energía como dos formas menos y más sutil de una misma cosa, el Universo se de­tendría, pues en su ecosistema hacen falta elementos inteligentes y sensibles que prevengan en lo posible los accidentes, que activen a manera de invisibles catalizadores determinados procesos, y que justifiquen una forma de psiquismo de la Naturaleza que vamos descubriendo.

A ese factor X, como gustan llamado algunos científicos de avanzadas concepciones, nosotros le llamamos Elementales o Moradores de los Elementos. Este es un conocimiento viejo como el mismo Hombre y sus restos se conservan en el folklore de todos los pueblos, más o menos deformado por la supersti­ción y la fantasía, por las costumbres y por las necesidades; pero es básicamente cierto.

Tal vez, por dar un ejemplo cualquiera, los Red Caps no sean como los narran los campesinos escoceses, siempre buscando nueva sangre para colorear sus gorros y encaramados en las ruinas de los castillos; pero es inevitablemente cierto que donde hubo grandes batallas y matanzas, y donde han quedado restos de osamentas y armas que estuvieron mojadas en sangre, en los teatros de esos cruentos encuentros en los que la desesperación y el terror hicieron mella en tantos hombres y animales, se conserven por un tiempo formas men­tales y psíquicas que impregnen de alguna manera el entorno, cosa que cualquier persona sensible puede percibir aunque no sea exactamente lo que se llama un médium.























Descartar esta posibilidad a prior es bastante anticientífico, y más aún antifilosófico. Donde hubo fuego, queda por un tiempo la tibieza de los rescoldos. y por donde corrió el agua se percibe humedad. Los actuales métodos técnicos basados en la percepción de los rayos infrarrojos delatan, por la mancha de frío completamente invi­sible a nuestros ojos, dónde estuvo aparcado un automóvil en un lejano día de sol. Pero los briosos caballos de la técnica muerden el freno de un auriga casi ciego que es la Ciencia actual.

Recurramos pues a la Vieja Ciencia, a las Tra­diciones y al Conocimiento Esotérico en búsqueda de la verdad, de la cual una gota vale mas que un océano de mentiras por muy codificadas y publica­das que estén.

Así, los Elementales nacen, viven y mueren como todas las cosas manifestadas. La Ley es una para todos Y Dios sabrá por qué es así. Lo que resulta evidente para nosotros es que todo lo que entra en lo que llamamos existencia, se desgasta y modifica hasta hacer peligrar sus características originales.

La Inteligencia que nos rige ha optado por la renovación de las formas en preservación de lo más interno e importante, así como nosotros cambiamos la ropa usada por otra nueva cuando lo consideramos necesario y nos es posible hacerlo. Pero aun este ejemplo doméstico requiere una per­cepción del desgaste y un cálculo de posibilidades de reemplazo y de las modalidades del mismo a la luz de la experiencia anterior y de la capacidad presente de renovar.

Debemos tener en cuenta nuestra tendencia más o menos subconsciente de antropomorfizarlo todo y extender los detalles de nuestro ciclo vital a los demás seres, cosa generalmente falsa, pues cada forma de vida tiene, por fuerza de su propia naturaleza, características que le son propias más acá de la Ley única que nos rige.

Que todo se renueve no quiere decir que forzosamente lo haga de la misma manera y en el mismo lapso de tiempo. Si bien los Elementales que están más cerca de los hombres, o sea los que éstos pueden percibir más fácilmente y viceversa, tienden a una antropomorfia, por ser el hombre un arquetipo, dentro de su cápsula evolutiva difieren en muchas características.

Hay Elementales que son parecidísimos a los hombres, y por tanto, parecidas son sus formas de nacer, vivir y morir. Incluso en circunstancias favo­rables han llegado a corporizarse tanto que, trans­formando su energía en materia (nada milagroso: de la misma manera se transforma la energía potencial de una piedra suspendida, en el cúmulo de fenómenos físicos de su caída; se hacen visibles y se cristalizan los gases pasando del estado invisi­ble al liquido y al sólido; o las grasas y proteínas se transforman en tejido adiposo visible y tangible en el cuerpo humano) han convivido con las personas, y hasta mantuvieron con ellas amoríos y guerras.

En algunos de los casos han sido detectados como Espíritus de la Naturaleza, bien por su extraordina­ria longevidad, por parir las hembras sin necesidad de cordón umbilical o por la sangre de otro color que la de los humanos. Asimismo se han visto rodeados por los fenómenos que hoy llamamos parapsicológicos que la cuidadosa observación de nuestros antepasados no ha dejado de registrar, como ser el dar evidente vivificación a los pastos con sólo danzar sobre ellos, o poder señalar con toda seguridad el lugar exacto de tesoros escondi­dos, vetas de metales preciosos o aguas subterrá­neas.































La vieja afirmación de que algunas Casas Reales tuvieron sus orígenes en el cruce de un humano con un Espíritu de la Naturaleza, o con un semidiós, o con un dios mismo, no es tan descabe­llada como hoy nos parece al ver los restos petrifi­cados de esas otrora dinámicas y creativas Casas Reales. Pero la Ley de los Ciclos es inexorable, y si los antiguos reyes hacían prodigios, los actuales necesitan de la aprobación figurativa de sus pueblos.

Otros Elementales son tan simples como un pequeño tejido energético, sin forma definida ni capacidad para hacer otra cosa que flotar en las cercanías de los rincones de las casas. o bajo las raí­ces de los árboles. La reproducción de éstos nada tiene que ver con la humana y mas bien la podría­mos comparar con la partenogénesis celular.





























Son simples jirones de vida que no pueden ni quieren vencer el magnetismo del suelo cerca del cual se arrastran. Con ellos juegan frecuentemente los gatos domésticos, enganchándolos en las proyec­ciones magnéticas de las puntas de sus uñas. Los hay, también. que son verdaderos desperdicios eté­ricos que abundan y se amontonan en los lugares donde hay malos olores, miasmas, aires sobrecar­gados de las opacas emanaciones de los cuerpos enfermos, o perfumes venenosos de drogas y de plantas maléficas.

La reproducción de éstos es rápida. a la manera de los esporos en los hongos, y se los ahuyenta haciendo correr aire yagua limpios, haciendo penetrar la luz del Sol y aumentando toda forma de higiene física, desde el muy simple jabón hasta las nubes del incienso y la mirra o el estora­que quemados sobre una plancha caliente o carboncillos. Los populares palillos de incienso tienen poca eficacia pues están confeccionados comercialmente con mezclas inadecuadas de productos in­nobles.

Como sería inacabable mencionar las diferentes formas de supervivencia y reproducción de los Elementales, daremos un ejemplo de una forma media de vida, en un habitat restringido. Nos referimos a los Gnomos que habitan los lugares poblados de pinos. Son éstos criaturas tímidas, que por su gran longevidad (comparada a la nuestra) llevan copias de las ropas que usaban los campesinos de pasados siglos.

Carecen aparentemente de toda sexualidad re productiva, aunque son víctimas de una gran sen­sibilidad, de manera que cualquier emoción que tenga una mota de violencia los espanta y los hace desaparecer, sutilizando sus formas y mimetizán­dose en las ramas y cortezas.

Se alimentan de las excrecencias áuricas de las resinas de los árboles y de sus perfumes, por lo que suelen aceptar obsequios altamente perfumados (entiéndase por aceptar el acercarse a ellos y ab­sorber sus emanaciones).

No gustan de la compañía de los hombres aun­que su innata curiosidad hace que jamás estén ale­jados de ellos y los observen frecuentemente. Incluso les gastan bromas, que es una forma infan­til de comunicación, produciendo ruidillos en la noche, tendiendo engaños psíquicos que hagan difi­cultoso el hallazgo de pequeños objetos justamente cuando son necesarios, o materializándose muy fugazmente a lo lejos de manera que dejan a los hombres y mujeres, preferentemente jóvenes, con­fusos y temerosos.

Pero las concentraciones huma­nas los aterran y los dobles de los hombres aplastan los suyos y los emponzoñan hasta produ­cirles terribles enfermedades y la propia muerte, que es para ellos, como para nosotros, el abandono de sus vehículos más densos, con la diferencia que en el caso de los Elementales la conciencia indivi­dual desaparece como acto, fundida en el Alma Grupal de su Pueblo o Grupo Etnico.

Tienen instinto de supervivencia, pero no les desespera la muerte pues tampoco tienen imaginación como para verse en otra situación que en la que en ese momento se ven. Les cuesta recordar y hay casi que forzarlos a ello, y aunque saben muchas cosas de manera innata sobre las propiedades de las plantas y las relaciones de los astros con los fe­nómenos terrestres, sólo contestan si se les pregunta y si se les sabe preguntar muy pacientemente, vol­viendo al mismo tópico mil veces si es necesario.

Al no poderse materializar jamás de manera completa, están incapacitados de hablar, si bien oyen, aun en gamas que escapan a nuestros oídos. Así se comunican con los humanos que gozan de su amistad, y en cierta forma imperan sobre ellos, en base a señas y esbozos telepáticos, haciendo la comunicación dificultosa y al principio muy lenta y desalentadora.

Sus apariencias son siempre como de viejecitos, aunque entre ellos notan las diferencias que les da la edad.

En determinadas épocas del año, cuando hay humedad y la Luna se ve tan sólo ocasionalmente a través de las nubes, en horas cercanas a la media­noche, se los ve pulular en las ramas de los pinos. En otras ocasiones, de las axilas que esas ramas forman con los troncos o con otras ramas mayores, ellos extraen su prole, que creció dentro de una forma de saco amniótico etéreo del color de la resina.

Siendo muy pequeños, los recién nacidos son en forma y proporción idénticos a sus mayores, y su desarrollo se percibe tan sólo por el aumento de tamaño, mas no por otras variaciones que se puedan apreciar dentro de las especiales condiciones en que, se comprenderá, son observados.



Supervivencia, Sociedad y Religión

 

 

Aunque más adelante lo explicaremos más lar­gamente, debemos partir de la base de que toda observación y estudio de los Elementales por los humanos, refleja las características de los primeros aunque fuertemente teñidas y deformadas por las características propias de los segundos.

Podríamos pensar que al no tener el Hombre actual conciencia de la existencia de los Elementa­les, éstos hacen su vida libremente según sus pro­pias naturalezas. Esto es falso. Cuando los hom­bres ignoraban la existencia de las bacterias, al someter sus alimentos a temperaturas altas me­diante la inmersión en agua hirviendo o a la exposi­ción directa de una fuente de calor, destruían los microorganismos y los modificaban obligándolos a encapsularse, sin importarle al fenómeno la con­ciencia que de ese fenómeno tengan cualquiera de las partes afectadas.

De la misma manera los Hombres, con sus diferentes formas de vida, más o menos mecaniza­das e intoxicantes, con sus desperdicios propios y los de sus actividades laborales, con sus ansias y sus temores, con sus cambios de formas religiosas en. ciclos de tiempo relativamente cortos para los Elementales, les afectan profundamente. También los Elementales modifican las vidas de los Hom­bres, pues intervienen en los fenómenos climáticos, en la fauna y en la flora, especialmente la no doméstica, y aun en las formas de sentimiento y pensamiento individual y colectivo de los Seres Humanos.

Sociedad religión, Sistemas de Gobiernos

 

Como no nos cansaremos de recordar al lector, la cantidad de variedades de los llamados Espíritus de la Naturaleza o Elementales, es tan grande como la que podríamos registrar en Reino Ani­mal; difieren las costumbres de las jirafas y de las tortugas, las de los perros y las de los peces. Ante un problema de igual magnitud, nos encontramos con el agravante de que, siendo los Elementales seres cuya corporización normal se da en el plano de la energía, y son por lo tanto inmateriales e invi­sibles para la inmensa mayoría de los Humanos -y cuando visibles, lo son de manera restringida-, toda generalización está condenada al fracaso.

Así, prefiriendo una pequeña verdad a una gran mentira, nos vamos a referir otra vez a un caso específico: los Gnomos que habitan en los pinares.

Viven en sociedad, en tribu, formando una familia extendida en donde cada uno guarda su individualismo, aunque está y se siente plenamente unido al resto de la comunidad. Como compara­ción pueden valer las relaciones que se establecen espontáneamente entre los niños humanos antes de haber sido contaminados por la educación (o mejor dicho, antieducación) a que hoy los someten los mayores.

Para un niño, el que otro tenga alguna diferencia de color de piel, sea tartamudo o cojo, puede ser motivo de broma, pero jamás de segrega­ción del grupo. Se lo invitará y hasta se lo forzará a mantenerse cerca y se lo tendrá en cuenta para todo. En donde los niños y los Elementales pueden mostrarse individualistas es tan sólo en pequeños secretos y travesuras que no quieren comunicar a los otros, como si de algo mágico se tratase.

Esta sociedad no es comunitaria, a la manera de la que propone Platón y la casi totalidad de los sociólogos de una manera u otra, tal vez porque no cabe en las expectativas de los Elementales la noción de progreso y no pueden concebir un Estado, en el verdadero sentido y según la defini­ción platónica del mismo.

Cada Elemental trabaja y vive para sí pero en apretado compañerismo con los demás, y aparte de algunas cómicas rencillas, sabe que puede contar con todos, aunque se cuidará mucho de no interfe­rir la labor de los otros sin necesidad.

Si bien tienen el alimento aparentemente asegu­rado, por lo menos en lo inmediato, y no se nota desgaste en sus ropas y saben prepararse sus propias medicinas, se los ve constantemente ocupados.

No se entienda por esto que están en febril movi­miento a la manera de las abejas de una colmena. pero el espíritu es el mismo, aunque el ritmo apa­rezca como mucho más apacible y libre. Más ade­lante escribiremos sobre sus ocios y juegos. Ahora lo hacemos del trabajo, aunque en los Elementales todas las formas de actividad y modos de vida están de alguna manera eslabonados y es difícil saber dónde termina una para empezar la siguiente.

Los Elementales están muy relacionados con el Reino Vegetal, el Animal, y aun el Humano, si les permitiésemos, con una vida más cercana a la Naturaleza, acercarse a nosotros. Velan incansa­bles sobre labores tales como las de repasar el aura de las plantas, hoja por hoja, y de los pastos brizna por brizna. Refuerzan con inyecciones energéticas las partes poco vigorosas, y mediante formas de excitaciones de unas fibras sobre otras alcanzan a modificar la orientación de una rama o de una hoja para que realicen mejor los fenómenos fotoquími­cos y físicos que permiten vivir a los vegetales y ayudar al entorno con sus exhalaciones.

Magnetizan a los animales, los atraen o los espantan según las conveniencias. También tratan de hacer lo mismo con los seres humanos, especial­mente con los niños muy pequeños, pero son recha­zados por los ruidos destemplados de las maqui­narias, por los olores de los insecticidas y por los vapores alcohólicos, y muy especialmente por las formas astrales de cólera y por las ideas-forma de maldad, usurpación o asesinato.

Los Elementales de los pinares, salvo en las difíciles excepciones en que alguno de ellos entre en relación y brinde obediencia a un humano, no se alejan jamás de 1m área restringida, normalmente alrededor de un árbol cada grupo y de un bosque todos juntos.

Su forma de sociedad es semejante a una Teo­cracia, pues cada grupo tiene un monarca, pero éste cumple con funciones que podríamos llamar religiosas y su mandato no emana de elecciones ni consensos sino de la Gracia otorgada por el Espí­ritu, Genio o Totem de la tribu.

El sistema de gobierno es absolutamente natu­ral, o sea piramidal y popular. una jerarquía ina­movible, proba, ejemplar, que trabaja y se preo­cupa más por su pueblo que por sí misma, no negando sus atenciones a nadie. Los pocos culpa­bles por faltar a la observación de esta ley milena­ria de la costumbre tradicional, son apresados, amonestados y puestos a trabajar en tareas vigila­das hasta que poco a poco se reintegran a una comunidad que no les recordará jamás sus delitos, si así podemos llamar a lo que más bien parecen simples olvidos o productos de interferencias psico­lógicas que tan sólo hallarían en lo humano para­lelo con algunas formas de locura obsesiva no peligrosa.

El rey es el rey como el agua es el agua y la Luna es la Luna. A ningún Elemental se le ocurri­ría discutir eso o ponerlo en duda. No teniendo una mente como la nuestra, no conciben los cambios ni las revoluciones. Están sanamente contentos con lo que conocen y, por las dudas, no aspiran a conocer nada más.

Muchas veces, reflexionando sobre ellos, me ha sorprendido la inmensa sabiduría mi­lenaria de sus sistemas y lo grandemente constructi­vos que son para el Plan de la Naturaleza, y las muchas bondades que otorgan sin esperar por ello recompensa alguna, ni concebir siquiera una forma de pago por su dación al todo. Si a veces sienten inclinación por alguna golosina o por la presencia de algún humano que los haya encantado, no tie­nen en su sentimiento ningún afán posesivo ni pasión alguna; simplemente se acercan a ellos como el caminante se acerca a un fuego, a veces más por curiosidad y por la busca de un dulce y suave placer que por otra cosa.

Los Elementales tienen sus secretos, equivalen­tes a nuestros secretos de Estado, y no sé por qué el rey “es el rey ni por qué sus ayudantes son elegi­dos por él de entre los muchos del grupo. Sí sé que el conjunto los respeta definitivamente y que, a su manera, pueden dar mil razones de la mayor mag­nitud de sus gobernantes… Pero no de dónde ellos provienen.

Se reúnen en periódicas asambleas, en noches de Luna llena, en las que forman verdaderas comi­siones de trabajo, se mantienen informados de la marcha de toda la comunidad, de quiénes murieron y quiénes nacieron y de cualquier otra novedad, todo con un espíritu de gran paz y experiencia, como quien realiza un rito millones de veces repetido.





























Aunque todos parecen iguales y no conozco escuelas que los diferencien, algunos son más sabios que otros en determinados temas y mutua­mente se consultan. Se atienden. Se ayudan. Ante un humano aceptado por ellos, le llevarán de uno a otro para tratar de contestar sus preguntas ante las que hay que estar siempre preparado para lentísi­mas y fraccionarias respuestas que luego habrá que encajar unas con’ otras, para lo cual los Elementa­les parecen totalmente incapaces.

El humano que haya logrado entrar en su encantamiento y se haya hecho amigo de uno de ellos, se convertirá automáticamente en su amo, pues otra forma de relación que el mando y la obe­diencia no entienden. Su mismo sentido de compa­ñerismo entre ellos no es más que el compartir determinadas ordenanzas y deberes, obligaciones y derechos. Así, obedecerán al humano mientras éste a su vez respete sus naturalezas y no les obligue a hacer nada que esté en contra de sus costumbres y aceptaciones.

En estos casos, se esfuerzan muchísimo en ser útiles y hasta llegan a materializarse puntualmente para hacer sonar fuertemente una puerta o golpear un mueble, adelantando la llegada de su amo a su casa, por ejemplo. Es tan armónica la forma de sociedad que mantienen que, cuando por excepción, alguno de ellos está bajo la influen­cia de un humano, otros le hacen sus trabajos pen­dientes y le ayudan en todo lo posible a que cumpla bien su nueva tarea. De alguna manera es para todos una inocente y dulce alegría que alguien del Reino Humano, al que admiran mucho, se com­porte benéfica y respetuosamente con alguno de ellos.

Cada uno tiene un nombre y por él se recono­cen, aunque por razones rituales lo cambian periódicamente.

De sus respuestas se extrae que son muy conocedores de todas las ciencias naturales, incluyendo la medicina y la astrología. Pero su sapiencia es heredada, práctica, y no sabrían teorizar sobre los fenómenos registrados y evidentes. Llevan el Arte intrínsecamente y gustan de bailar y hacer Sonar rústicos instrumentos astrales, así como de combi­nar las vibraciones que nosotros reconocemos como colores una vez plasmadas en las cortezas, las hojas y las raíces.

Ya narraremos algunas labores de otras varie­dades de Elementales.

La religión de los Elementales que habitan los pinos es una forma de Naturalismo que se centra en el culto al Espíritu del árbol que los cobija; a El hacen ofrendas de danzas y de aportes de energía astral y energética. Como sumo sacerdote actúa el rey, pero todos participan de manera activa, no debiendo entender al rey-sacerdote como un inter­mediario sino como un maestro de’” ceremonias.

Tienen sus épocas para estos cultos, así como tie­nen épocas pata nacer y épocas para morir. Una sola alarma, que yo sepa, los congrega a deshora, y es la aparición sobre la superficie de la tierra de unos enormes monstruos Elementales que habitan en las profundidades, y que estirando una trompa succionadora los tragan, alimentándose aparente­mente de ellos, en gran cantidad. No he registrado medios de defensa contra la amenaza, sino la sim­ple evasión y prevención.

Un árbol no muere hasta que no muere su raíz. Cuando ello. ocurre, sus Elementales servidores y devotos hacen una compleja ceremonia para trasplan­tar el Genio o Espíritu del árbol -que fuera de su con­tenido material, asume en los pinos una extraña forma alta, alargada y casi humanoide- a una semilla o retoño.

Todo el pueblo, ayudado por los demás pueblos Elementales del bosque, si los hubiese, ayudarán en la ímproba tarea de que el nuevo árbol crezca sano y libre de plagas, depredacio­nes e incendios. Cuando llegue a un cierto número de años y cobre una forma adulta, lo convertirán en el Centro Religioso del grupo, y el ciclo recomienza.

Más allá de este totemismo que a los humanos puede parecer estrecho, los Elementales tienen una sensación religiosa superior, como de Algo que fuese el Dios del Árbol y del Universo todo, al que ven como un inmenso árbol cuajado de estrellas, coincidiendo misteriosamente con las tradiciones del Árbol Luminoso que aún recogen el Cristia­nismo, el Brahmanismo y los cabalistas hebreos. Pero evitan referirse a Ello demostrando una pru­dencia y practicidad mística de la cual los humanos suelen estar desprovistos.

Así, supervivencia individual, Sociedad, Reli­gión y esbozo de Estado, se funden en una sola forma, o mejor dicho, sentido de vivir, sin mayor conciencia de la inmortalidad, pero no concibiendo la muerte como nada definitivo sino como una expresión más de los ciclos de la Naturaleza inexo­rable y, dentro de sus alcances, inmutable.

http://vajarayana.wordpress.com/2006/11/17/los-espiritus-elementales-de-la-naturaleza/

Otras variedades de Elementales

 

Aunque este tema será desarrollado en otro Capítulo, creo prudente señalar que los Espíritus de la Naturaleza que hemos descrito, son sólo los ejemplos más típicos de aquellos que se han refle­jado fuertemente en el llamado folklore y en la tra­dición de los humanos.

 

La gama de Elementales es inmensa, desde los Regentes de los Planetas y aun de las estrellas, hasta los que mantienen con su vida la de los átomos.

En los Misterios de la antigüedad se hacía refe­rencia a ellos. Se los representaba con figuras geo­métricas, palabras sin aparente significado y cifras numéricas hoy incomprensibles. Las referencias son veladas e indirectas. Es imposible encasillados en uno sólo de los Elementos.

 

Son los que rigen los momentos del nacimiento y de la muerte de todos los Seres manifestados y también de las cosas; el traspaso de las Almas por los distintos umbrales. Los que se mueven en un espacio-tiempo que no es el que conocemos y en el que vivimos.

Son los que vigilan la marcha del Reloj de la Historia desde afuera de esa maquinaria de causas y efectos encadenados de manera lógica. Los que cuidan de los Anales en donde se puede leer el pasado y el futuro.

 

Son Ángeles y Demonios. También los Drago­nes cuyo aliento calienta la Tierra. Las almas de los cristales geológicos que reinan sobre la estratifi­cación de los minerales y que han condensado la luz de estrellas desaparecidas a nuestra vista. Los Genios de las joyas. Otros, aprisionados en formas mentales de los Dioses, a través de los eones espe­ran el momento de comandar las delicadas opera­ciones del nacimiento y de la muerte de las galaxias: son los que habitan los cometas, ya sea los que fecundan determinadas zonas del espacio para que nazcan nuevos mundos, o los que quedan como último resto de otros astros pasados y deri­van hacia los cementerios de estrellas. Asimismo, los más simples cometas que enlazan, como elec­trones de valencia, un sistema solar con otro.

Y más cerca nuestro, son los que moran en las entrañas de los volcanes y de las nubes. Los que manejando invisibles pinceles, pintan los ama­neceres y los atardeceres. Los que despiertan la vegetación en Primavera y la adormecen cuando se acerca el Invierno. Los que rigen la suerte en los cruces de caminos, en grutas encantadas y en mon­tañas mágicas.

 

Son los Genios que dan y quitan dones. Los que tocan la frente de los elegidos y los que hacen resbalar los pies de los que cayeron en desgracia.

Quien escribe esto sabe que en nuestro materia­lista siglo XX lo que acaba de mencionar suena a cuento para niños o a ciencia-ficción. Y así debe ser, pues estos conocimientos vienen del pasado y del futuro. Son desconocidos e ignorados en el pre­sente. Pero, sin embargo, se refieren a realidades, algunas de las cuales se hacen sentir nítidamente en la vida e inspiración de muchas personas, aun­que la educación recibida les bloquee la capacidad de percibir o imaginar las causas, y aceptan lo que pasa con estólida resignación con la característica amargura o la animalesca alegría que surge de estar sometidos a la enanocracia.

 

Quien no pueda salir de la jaula del materialismo, jamás podrá percibir estas maravillas ocultas en la Naturaleza ni verá las huellas de los Pasos de Dios sobre la Tierra.

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