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El inicio del Cosmos  y  principio de los Elementales

Según los antiguos, existen ciclos tan largos en el Universo que a los humanos les merece, uno sólo de ellos, el nombre de Eternidad. Esta es una nominación evasiva, pues en verdad el hombre no puede concebir la Eternidad sino la Duración Constante. Y aun esta Duración padece de una conceptuación deficiente, pues no entendemos cuán­do comienza ni cuándo termina, sin dejar por ello de existir.

Todo intento de racionalización de este fenó­meno se nos escapa, como el agua entre los dientes de un tenedor. Tan sólo percibimos la mínima humedad que el paso del liquido dejó sobre el uten­silio. Pero es lo único que de ello podemos obtener y a esto nos aferramos para tener, aunque sea, un atisbo de conciencia de aquello que rebasa nuestra conciencia en si.

Lo que llamamos Megacosmos -por darle un nombre lo más apropiado posible- constituye el conjunto de galaxias separadas por millones de años-luz en lo material y todo aquello que por ser inmaterial tiene para el hombre una existencia evi­dente pero irreal para sus sentidos y para su inteli­gencia. Es… el Misterio. De ello jamás hablan los verdaderos esoteristas; y si se ven forzados, lo hacen de manera tal que no puedan extraerse defi­niciones que, por sus naturalezas, nieguen, limitán­dolo, aquello de lo cual tratan.


En el origen y la finalidad del Megacosmos están los Enigmas, todo lo que ignoramos e ignora­remos mientras estemos bajo nuestra humana con­dición. Ni siquiera podemos definirlo por negación, pues negar algo es ya darle una condición y abrir opinión.

Nuestra única seguridad interna es que en ello está Dios; pero no el Dios bueno, o con cualquier otro atributo humanizado. Simplemente Dios. Simplemente Misterio. Es lo que ignoramos, sacra­lizado por su dimensión sobrehumana, para-racional y totalmente fuera de nuestro alcance conceptual…


Los indos le llamaban la No-Cosa y lo mismo hicieron todos los esoteristas de todos los pueblos. Todo está allí y nada está allí. Y no nos excluimos nosotros mismos, los Seres Humanos.



EL COSMOS

De la primera Dualidad – Teos y Caos, Pu­rusha y Prakriti o como se la quiera llamar- nació el Cosmos Inteligible, el que tenemos posibilidad de entender. De la entropía eterna del Megacosmos pasamos ahora a otra entropía, el Cosmos, que es dinámico, que marcha, se transforma y en el gran Juego de Maya, enfrenta miles de espejos. En él nacemos y morimos y renacemos miríadas de veces.


El Cosmos es axiológico y tiene una estructura piramidal que procura la selección de los más aptos con el fin de que ayuden a los menos aptos. En este Mundo hay verdad y mentira, placer y dolor, vida y muerte. Los ciclos son definidos y definitorios; existe el Karma. Se hace mérito o demérito. El número de elementos que lo componen es fijo y siempre igual, pero sus combinaciones son tan numerosas que bien podemos llamarlas infinitas.

Aquí todo es válido, todo tiene propiedad, pero asimismo todo es relativo. Conocemos lo grande por comparación con lo pequeño, aquello que en presencia de algo aún mas chico se vuelve compa­rativamente grande. Tenemos idea del movimiento por relación entre dos o mas cuerpos; según en el que fijemos nuestra atención, diremos de él que está inmóvil. Si por ejemplo viajamos en un auto­móvil y nos concentramos en una montaña a la vera del camino, nos parecerá que es nuestro vehí­culo el que corre, pero bastaría con bajar los ojos y fijarlos en la guantera del coche para que la mon­taña se nos haga fugitiva.

Nuestra bendición y nuestra maldición en este Cosmos es que siempre, alguna- vez, alcanzamos lo que deseamos y damos veracidad a lo que creemos veraz, y viceversa. Percibimos a Dios si en El cree­mos; la fe es el corazón de toda inteligencia.

Este Cosmos, que nos es inteligible sin mas intermediarios, es nuestro propio habitáculo: la Galaxia a la cual pertenecemos, el Sistema Solar al cual pertenecemos, el Planeta al cual pertenece­mos, el País que habitamos y el suelo que pi­samos.

Nuestra excesiva consubstanciación con nues­tro cuerpo material y con su entorno nos ha muti­lado los sentidos para percibir, salvo como sensa­ciones primarias, toda vida que se desarrolle en una frecuencia vibratoria que escape, por debajo o por arriba, a nuestro estrecho espectro septenario, del cual tan sólo hemos desarrollado cuatro rayos, y en este cuarto estamos fijos, percibiendo los otros seis como extremidades extendidas de un Hexagra­maton que rodease un punto central.

EL MICROCOSMOS


En sentido amplio lo constituye el Hombre, y en sentido estricto cada hombre o mujer. El es­quema está planteado en la actualidad según una dualidad básica: Yo y mi Entorno. Yo soy el punto central de este esquema, Y mis otras seis posibilida­des de concienciar se reducen, al considerar el Huevo Aurico de mi Entorno, a cinco -que son mis cinco sentidos. Ha nacido el Pentagramaton. ¡He aquí al Hombre!

En el Hombre del siglo XX. las herramientas, por sofisticadas que sean, no pasan de ser extensio­nes de nuestros brazos o nuestros pies. La radio lo es de nuestras orejas. La televisión de nuestra vista. Un satélite artificial no es más que la trans­mutación de la piedra que lanza al aire un niño que juega.

Todas son extensiones de nuestras posibili­dades, pero no profundizaciones.

La cultura del siglo XX es una cultura hori­zontal, que se expande rápidamente como una masa de aceite, pero que, a medida que se expan­de, se adelgaza y se diluye en una fibrilación perimetral. Y aparecen huecos y desgarramientos en su propio seno. La sobreextensión la convierte en especular y sus características la fuerzan a jue­gos caleidoscópicos desconcertantes de surrealismo artístico, social, económico, psicológico y religioso. No hay raíces ni perspectivas. El sistema está bloqueado.


El Hombre desplaza velozmente su cuerpo, pero viaja atrapado en sí mismo, ciego y sordo, sin capacidad para el asombro filosófico y menos aún para la. proyección metafísica. No se concibe el bien, sino la beneficencia; no se aprecia la paz del corazón sino la comodidad de las nalgas; no se medita sino que se especula. El Mundo se ha trans­formado en una cesta de grillos presos que hacen mucho ruido pero que no pueden trascender las mallas de un parloteo desesperado, aturdidos todos por sus propias colisiones psicológicas.

La opción es cruelmente simple: o se muere loco o se guarda silencio y se trata de vivir plena­mente en todas las direcciones del Espacio-Tiempo.


Una buena apertura es el conocer otras dimen­siones, donde moran otros tipos de seres. Esos que, cuando el Hombre no estaba contaminado por su propia aglomeración exterior e interior, percibía.

Para ello es indispensable que el Hombre se sienta de nuevo parte del Universo; ni su dueño ni su esclavo, simplemente parte de ese Macrobios que es el Cosmos en el cual está insertado el Microcosmos o Antropos. Descartemos las contra­dicciones inventadas en la Cámara de los Espejos y vayamos a las armonizaciones que nos son naturales.

El universo como ser vivo

 

La hipótesis de trabajo ni una teo­ría; es una realidad. La Vida-Una es y está en todo. Lo que se llama vulgarmente nacimiento y muerte es mera transfiguración, cambios de as­pecto según la perspectiva desde la cual se ob­serva.

La entropía que mencionamos anteriormente es una cualidad del Universo por la cual nada se pierde, nada se gana, todo se transforma, siendo los cuerpos meras sombras de los espíritus sobre la dimensión en que estos espíritus tienen sus con­ciencias.


Así, cuando el hombre tiene sed de cuerpo, renace físicamente pues su Karma acumulado cabalga sus deseos y sus temores. Se está siempre donde se desea o se teme estar.


Esto es posible porque, aunque la materia parezca discontinua, una gama riquísima de ener­gías lo une todo. La energía es continua y su conti­nuidad no merma con las diferencias de sentido e intensidad. El mar embravecido o tranquilo, en baja o alta marea, no deja de ser mar. No confun­damos el Ser con sus cualidades. Incluso la Exis­tencia es solamente la primera cualidad del Ser.


Dado que el Ser es, por propia definición, tam­bién Existe. O sea que vive. La vida del Ser o de Dios (de este Dios que sí podemos percibir e inter­pretar Sus Obras pues es Dios-En el Cosmos, o Dios Cósmico, o Anima Mundi) es el Jiva de los indos, el Mahaprana que es soporte de todos. los módulos pránicos, por pequeños que sean, modela­dos por la Inteligencia y sostenidos por la Vo­luntad.


Lo mineral, lo vegetal, lo animal, lo humano, lo heroico, el mundo de los dioses y la Columna de Luz que los Re-une, todo vive, todo alienta, todo vibra y se mueve o se aquieta.


Aquel que pudo abrir sus ojos a la Vida, lo per­cibe por doquier. Una Vida inteligente, volunta­riosa en su querer ser. Toma las formas y den­sidades que necesita. Se vuelve pez en las aguas, cervatillo en los bosques, roca en las montañas, relámpago en el cielo, beso en los labios, brillo en la espada, murmullos en el silencio, formas fugiti­vas tras lúcidas en las noches, voces que nos hablan desde dentro de nosotros mismos, música de piedra en los viejos templos y arquitectura inmaterial en Wagner.


Todo vive por siempre dentro de este Ciclo de Vida, dentro de este Macrobios cuyo Espíritu es Dios-Nuestro-Señor. La muerte no existe.



PLANOS DE VIBRACION EN EL UNIVERSO


Aun siendo la Substancia Una, esta Substancia vibra y es rica en matices que otorgan diferentes oportunidades de formas de vida. Dentro de nues­tro Universo, y más concretamente en nuestro Sistema Solar, existen diez planos de vibración según puede entenderlos el hombre. De los tres superio­res no vamos a escribir. Los siete restantes, que tienen importancia directa para el Hombre son, de arriba a abajo:


DE LA VOLUNTAD ESPIRITUAL, llamado por los indos Atma. Es el más elevado y está como in­sertado en el tercer Plano Cósmico de la Tríada o Lagos Solar. De este Plano de la Voluntad Espi­ritual no se pueden dar características más detalla­das pues supera en mucho la capacidad humana de entender. Está más allá de la mente y aun de la intuición. Es el Gran Amenti de los egipcios; el vértice superior del Rombo de los Magos, del Cua­drado Mágico bañado en la Luz de Ammón, y es el Gran Azul, el Nilo Celeste donde navega la Barca de Millones de Años (una forma de mencionar a la Barca-Que-Boga- En- La- Eternidad).



DE LA INTUICION, llamado por los indos Budhi, el Plano de la Luz desde donde parten todas las Iluminaciones Espirituales, representadas por la aureola que nimba las cabezas de las imáge­nes de Cristo o de Buda. Es el Mundo de los Devas o Angeles y de aquellos que han llegado a la Gran Santidad. En este plano, la relación Sujeto-­Objeto-Cualidad se da simultáneamente, pues el Tiempo -por lo menos desde el punto de vista humano- no existe allí. Es la Mansión del Amor, de la Concordia. Allí está Shan-Gri-La, el Jardín. Maravilloso donde los lotos jamás cierran sus péta­los, según la vieja creencia Bud de chinos y tibetanos.



DE LA MENTE, llamado por los indos Ma­nas. Aquí moran las series numéricas y los arqueti­pos. En este plano tiene el Hombre insertada su Chispa Mental o el llamado Cuerpo Causal, som­bra luminosa de sus potencias aún no desarrolladas en los dos planos que le son superiores. Es la Morada del Yo totalmente diferenciado o Ego. Es el Plano de los Ideales, de las Ideas Puras, del Ser Individual. Para los egipcios es Horus-En-El­Horizonte. Es el plano del vehículo del Espíritu Santo y la Sustancia de la parte superior de la Copa o Graal.



DE LA MENTE CON DESEOS, llamada Ka­ma-Manas por los indos. Es la Sala de los Espe­jos. La sede de la multiplicidad y de la multipli­cación de las formas. Es el Cofre de las Alhajas. Del brillo o luz reflejada y de la oscuridad; la Man­sión de Pandora. La Esperanza y el Miedo. Es la Fragua de Vulcano donde se forjan los Artefactos. Donde las ideas se persiguen y se alcanzan, se unen y se separan. Los Mayavirupas o ideas­-formas nacen y se desarrollan antes de precipitarse o de elevarse. Aquí viven los deseos y se conoce la angustia.



DE LA PSIQUIS O DOBLES LUMINOSOS, es el mundo vibratorio en el cual los Arquetipos y los deseos toman formas orgánicas constituidas de materia sutil o energía polarizada. Muchas de estas formas tienen sus contrapartes en el mundo más denso, el físico; y aunque se las llama dobles, los verdaderos dobles son los robots orgánicos que son sus sombras. Por ello, los egipcios llamaban a los cuerpos humanos en este plano Kha o Doble Luminoso y le reconocían poderes sobre la mate­ria. Los hindúes llaman a los cuerpos hechos con esta materia psicológica Linga-Sharira, cuerpos inapresables por medios físicos. La energía polari­zada sobre arquetipos, y la que los sustenta, es lo que los cabalistas medioevales entendían como Luz Astral en su parte más burda, pues hay otra Luz Astral que no está en este plano, sino en el segundo, que es donde se desarrollan los Sambhogas de los Santos y Budas.

Como cada uno de estos Mundos tiene a su vez en si el reflejo de todos los demás, aparte del pro­pio (aunque los Anales de Recuerdos, llamados en India Anales Akáshicos no tienen su raíz aquí. pues necesitan de sustancia mental para regis­trarse), es en el subplano mental de este plano o Mundo Psíquico en donde se reflejan los recuerdos y hacen que las vidas pasadas de los hombres lle­guen hasta su conciencia y puedan verse.

Sin la Luz Astral serían como películas ya impresionadas pero que no se podrían, por transparencia, visuali­zar con la relativa facilidad con que logran impac­tar a muchas personas. También en este Mundo hay reflejos de las cosas que van a suceder, pues estando más cerca del Plano Causal, los impulsos pasan por aquí antes de llegar a la Tierra física.

Los sonidos, los colores y algunos perfumes, tienen en este Mundo su patria natural. Ya vere­mos más adelante cómo los Elementales extraen de este plano la raíz del armónico adorno con que vis­ten a la Naturaleza.

DE LA ENERGIA, llamado por los indos Plano Pránico, en donde los egipcios sitúan su Llave de la Vida en su más terrenal expresión, que se mani­festaba como Ankh. Aquí la energía se polariza constantemente y de manera muy compleja, y mediante una dinámica electrotérmica (por decirlo en términos actuales que se parecen en algo a lo que queremos realmente decir), y el mantenimiento de una densidad media de la materia, se regulan las relaciones de velocidad relativa, de distancia, de cooperación entre los vectores de fuerza. Los efec­tos de estas fuerzas son los que plasman los cuer­pos físicos, corno lo hacen las limaduras de hierro sobre el huso magnético de un imán. En este plano están los cuerpos más densos de los Elementales y en él efectuarán sus fenómenos corrientes.



DE LA MATERIA, donde los indos sitúan al Stula Sharira o cuerpo físico humano que, con su entorno físico, es lo que conforma el habitat nor­mal de los hombres, el soporte de todos sus actos. Es el Mundo de la Substancia, el Malkuth de los cabalistas, siempre movido y coloreado por el Seki­nah. Es, efectivamente, el mundo de la dualidad por excelencia. Si la definición clásica de Materia es la de todo aquello que puede ocupar un lugar en el espacio, hagamos la salvedad que ese espacio debe ser físico. Tan físico como la Materia, y ese espacio no es más que la Sombra de la Energía, la limitación de la Libertad -en cuanto le otorgue­mos a esta controvertida palabra el significado de atributo del Ser, más allá de la imagen restrictiva materialista de los seres como pluralidad dialéctica carentes de la suficiente Realidad para Ser en Sí-.

La Energía desacelerada se convierte en Mate­ria visible a los ojos físicos. Atrapada y amonto­nada en nódulos gravitatorios, la energía se trans­forma en cosa, con sus propiedades, algunas in­trínsecas y otras que 1e vienen desde planos más sutiles corno en el vulgar caso de la radioactividad, expresión registrada de la actividad íntima de la Materia.

Pero eso que llamamos intimidad es a la vez profundización y escape de la cárcel estre­cha de la materia, cárcel en verdad tan sólo de barrotes, pues los vientos energéticos la traspasan continuamente. Y recordemos que los mismos barrotes no son más que viento detenido o desacelerado.

Para los esoteristas hay dos Mundos que no tie­nen realidad: el primero que mencionamos, por estar muy por encima de nuestra posibilidad de captación y al cual tan sólo hacemos referencia por habitar en él la cualidad de la Voluntad, sinónimo filosófico de Existencia; y el último o Físico, por ser sólo la sombra pasajera de Divinos Objetos, en marcha hacia Objetivos que no son perceptibles desde la perspectiva materialista.

Pero en esta irrealidad tenemos nuestro cuerpo carnal, con el cual nos hemos encariñado tanto los humanos, y nada más que por ello debemos darle importancia y validez, ya que las cosas tienen el valor que les otorgamos. Fuera del Valor Real que cada una pueda tener, para el Hombre esto es así. Imperioso y circunstancial. Cuando se está sediento en el desierto, vale más un vaso de agua que una tone­lada de diamantes o una pintura pompeyana. La vida es tenida por bien y la muerte por mal.

Todo se rige en base a esta primordial dualidad. La Vida-­Una no es percibida corrientemente.

Que son los Elementos


Según conceptos milenarios sobre la. constitu­ción del Cosmos, éste estaría constituido sobre la base de un solo Elemento. Esto respondería al con­cepto de unidad que prima sobre los posteriores procesos de armonización de las dualidades de los inteligibles. Pero siendo el Arquetipo uno, la Sus­tancia debe ser, por fuerza, una en esencia. A esto se referían las publicaciones de Demócrito sobre el átomo como parte indivisible sobre la que se asen­taba el Cosmos.

No es el llamado átomo, que desde hace medio siglo el Hombre desintegra, al que se refirieron los antiguos griegos. El que hoy llamamos átomo (que literalmente significa sin par­tes y por lo tanto indivisible) no pasa de ser una micromolécula integrada a su vez por muy variados elementos. El átomo de los clásicos está más allá de todo lo que conoce la ciencia actual.


Pero en el plano manifestado en que nos move­mos y nos es dado percibir y entender, podemos afirmar que existen cuatro Elementos: la Tierra, el Agua, el Aire y el Fuego. Estos cuatro forman dos cruces generativas interpenetradas, ya que la Tie­rra y el Aire tienen movimiento horizontal y el Agua y el Fuego, vertical. Así, la Tierra es fecun­dada por el Agua y el Aire es fecundado por el Fuego. De estos cruzamientos surgen elementos vitales que se caracterizan por su impulso y acción benefactora para el Hombre: la fertilidad material y la fertilidad energética.


No han de entenderse estos cuatro Elementos como la Tierra física, el Agua física, el Aire físico y el Fuego físico, sino como grupos mucho mayo­res que se representan exotéricamente por los cua­tro nombrados. Asimismo se corresponden con los cuatro planos inferiores de la Naturaleza: la Tierra con lo Físico, el Agua con lo Energético, el Aire con lo Psíquico y el Fuego con lo Mental.

En Alquimia son los cuatro estratos que se plasman en el interior del Atanor. En la base, la Sal; en el medio las dos formas de Mercurio, y en la parte superior el Azufre coronado por el Fénix de Fuego, forma de quinto Elemento que en estado natural es imposible hallar, pues es muy inestable al estar aún en su etapa formativa.


Los cuatro Elementos influyen en las caracte­rísticas de las cosas y así oímos hablar, aunque no siempre con conocimiento de causa, de vegetales de Agua, de piedras de Aire o de signos zodiacales de Fuego. En verdad, los cuatro Elementos son como cuatro impulsos o notas musicales fundamen­tales de nuestra Naturaleza, dentro de la tónica de Unidad Dinámica .que la caracteriza, que permite que estas cuatro Modalidades se interpenetren y sean arquitecturadas por el Plan Divino que nos rige.

Que son los Elementales

Son Formas de Vida dentro de los Elementos. Obviamente es muy difícil explicar las característi­cas básicas que habrían de definidos, pues al no estar sus cuerpos en el plano estrictamente físico en que se desarrolla nuestro entorno visual y audi­tivo, o mejor expresado, al no estar sus cuerpos en la posición en que nos es fácil ver las cosas; aun­que puedan estar de alguna manera en lo físico, se nos aparecen como inexistentes fantasías de los hombres primitivos o de los niños desocupados.

Estas formas de vida tienen sus cuerpos en el Plano Pránico y no por debajo de éste. Pero como los Planos no están cortados como por navaja, sino que hay una gradación casi infinita entre ellos, y las circunstancias de la Naturaleza no son siempre las mismas (con variaciones que conocemos como el día y la noche, las épocas del año, la altura, la profundidad, la mayor o menor carga de electrici­dad estática, las diferentes presiones atmosféricas y las diversas temperaturas, los componentes pasaje­ros del aire como son las concentraciones de Agua, de Ozono, etc., sumado el todo terrestre a las influencias de los astros, especialmente del Sol y de la Luna), en ciertas ocasiones los Elementales caen en una mayor materialización que los hace sencillamente visibles. Pero aun en tan favorables condiciones no son observados normalmente.


Daremos un ejemplo: una hoja rígida de papel que estuviese sostenida a veinticinco metros de nuestros ojos, en pleno día, sería perfectamente visible si nos mostrase alguna de sus caras de manera perpendicular a nuestro ángulo de visión. Pero si estuviese de perfil e inmóvil, o se moviese al mismo tiempo que aquello que le sirve de fondo, sería en la práctica invisible para los que no estu­viesen a la espera de su presencia.

Difícilmente la podría percibir aquel que a priori negase la exis­tencia de esa hoja de papel y no pusiese ninguna atención en descubrirla. Esto explicaría -aunque luego tocaremos más extensamente el tema- por qué las páginas de los viejos libros, las tabletas de arcilla, los papiros y los pergaminos, están llenos de referencias a los Espíritus de la Naturaleza y en cambio los elementos culturales de nuestra forma de civilización materialista y positiva carezcan de esas referencias.


Para un conjunto humano que llega a negar alma a los vegetales y animales que vemos, toca­mos y devoramos; para quienes la fidelidad amo­rosa de un animal doméstico, o la presencia y compañía vivificadora de un árbol o un rosal no dice nada más allá de formas y colores que atri­buye a la casualidad o a más o menos inventadas leyes genéticas mientras los despoja sistemática­mente de todo atributo metafísico, es difícil expli­car la existencia y presencia de los Espíritus de la Naturaleza.

De allí que este intento no está diri­gido a los pocos, ni tiene intenciones elitistas, sino que, ofreciéndose a todos, da por descontado que mientras no varíen aún más las características materialistas de inmediata herencia, serán sus pro­pios lectores los que se autoexcluirán de sus beneficios.

¿Que antiguedad tienen los Elementales?

Según las enseñanzas esotéricas, son más viejos aún que el Hombre mismo sobre la Tierra. Ellos ­-habitantes, guardianes y consubstanciados con los Elementos- existen como formas manifestadas desde que el Mundo existe. Cuando éste era tan sólo una masa de gases radioactivos y materia incandescente, los Elementales del Fuego lo vela­ron; al aparecer los gases estables en su composi­ción química y la época de los grandes vientos, los Elementales del Aire cuidaron que la evolución de esos incipientes gases y su estratificación sobre la recién consolidada corteza terrestre, se volviese cada vez más apta para las formas de vida física que estaban planeadas.

Cuando los gases se hicie­ron pesados y se precipitaron como las primeras aguas y éstas cubrieron la casi totalidad del pla­neta, dando lugar a las primeras formas realmente materiales de vida. los Elementales del Agua traba­jaron y fueron modificando el primitivo aspecto del líquido elemento, en aquel entonces fuertemente sobrecargado de materias pesadas en suspensión, cosa que le daba una característica casi coloidal en los asentamientos, mientras que las altas olas roza­ban con sus espumas aún no blancas las nubes bajas y compactas.

Más tarde, como inmensas tor­tugas aletargadas, surgieron los escudos continen­tales, y sobre ellos velaron los Elementales de la Tierra dándoles características de fertilidad y ayu­dando a la enorme población forestal que posibilitó formas de vida superiores y la plasmación de la Humanidad misma.


Cada cosa en el Universo tiene su Espíritu Guardián. El Planeta también lo tenía y a él obe­decían las jerarquías de los Espíritus de la Natura­leza cuando empezaron los días y las noches. Aún lo tiene y lo tendrá hasta su desaparición. Es el Dyan-Chohan del Libro tibetano de Dzyan, el Alma Resplandeciente que rige la Tierra, o el Anima Mundi de los latinos (pues anima y mueve, y no hay que confundirlo con el Espíritu o Ego Planetario del cual la Tierra física seria el cuerpo).

Este conocimiento es milenario y no sabemos cuándo empezó. Desde el mencionado libro tibe­tano hasta todas las demás referencias de la anti­güedad, nos hablan de estos procesos que a la sombra de nuestra alienación científica pueden parecemos cuentos para no dormir.


Pero los Elementales, como ésos que siendo pequeños y débiles, pueden entrar en relación con los hombres, también llenan los libros viejos. Desde Sumer hasta Egipto y desde China hasta lo poco que sabemos de las culturas de América y del África Negra, pasando por Polinesia y los habitan­tes de las zonas cercanas a los Polos, y llegando a los siglos que nos precedieron en la civilización de Europa, los Espíritus de la Naturaleza tienen papel relevante en aquellas formas de vivir menos conta­minadas y más naturales.

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